Michelle PerrotDisponibilidad: 48hs.
Precio: $ 38,00
ÍndiceLea un fragmento"Mi" historia de las mujeres es en realidad "nuestra" historia de las mujeres, la historia de las relaciones entre los hombres y las mujeres. La historia de las mujeres ha cambiado. Lo que comenzó siendo una historia del cuerpo y de los roles privados llegó a ser una historia de las mujeres en el espacio público de la polis, del trabajo, de la política, de la guerra, de la creación. Empezó siendo una historia de las mujeres víctimas para llegar a ser una historia de las mujeres activas, en las múltiples interacciones que originan los cambios. Surgió como una historia de las mujeres para convertirse más precisamente en una historia del género, que insiste sobre las relaciones entre los sexos e integra la masculinidad. Así, expandió sus perspectivas espaciales, religiosas y culturales.Con el objeto de hacer visibles a las mujeres en el relato de la historia, Michelle Perrot traza algunos caminos y diagonales a través de la historia de las mujeres e indaga temas tales como las fuentes y las representaciones, el cuerpo, el alma, el trabajo y la profesión, las mujeres en la polis. Y lleva a cabo este recorrido con algunas preguntas constantes. ¿En qué cambian o cambiaron las relaciones entre los sexos a lo largo de estas fronteras? ¿Cómo evolucionó la diferencia entre los sexos? ¿A qué ritmo? ¿En torno a qué acontecimientos? ¿Cómo se modificó el reparto entre hombres y mujeres, sus identidades y su jerarquía?Santas y brujas, lectoras y escritoras, artistas y actrices dan cuenta de sus conexiones con la religión, la cultura, la creación. Campesinas, obreras, institutrices, enfermeras y empleadas domésticas lo hacen con el trabajo. Mujeres que viajan, migran y se organizan colectivamente para alcanzar el último bastión masculino: la política.En Mi historia de las mujeres Michelle Perrot narra la lucha de las mujeres por existir con derecho pleno, en igualdad con los hombres, una lucha que aún hoy se está librando.
Colección:
HistoriaISBN: 9789505577477
Formato: 13,5 x 21 cm., 247 pp.
Primera edición: 2008
Última edición: 2008
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Michelle Perrot
MI HISTORIA DE LAS MUJERES
Nota del editor francés
Parece que las mujeres tienen su día. Un solo día en todo el año,
durante el cual los medios hablan de ellas, los políticos pronuncian
discursos en su honor y quienes prefieren lo real a las vanidades
conmemorativas recuerdan que la mujer todavía no es igual que el
hombre, que la mujer -más que el hombre- sufre el desempleo y la
precariedad laboral, que a la mujer se le paga menos, se la considera
menos, se la reconoce menos que al hombre en los principales ámbitos
de la sociedad: no olvidemos la débil representatividad de las mujeres
en política, así como el pequeño número de ellas en el ejercicio del
poder.
¿Cambiarían los tiempos? ¿Las mujeres son apreciadas? ¿Ser mujer
constituye una discriminación positiva? ¿O es sólo una circunstancia?
Lo que es seguro es que las mujeres tienen una historia y que recién
tardíamente comenzaron a construirla, para apropiársela después.
Michelle Perrot fue una de las iniciadoras en Francia de este
movimiento de historiadoras que ofrecen a las mujeres y los hombres la
dimensión de la acción de las mujeres en el pasado, la evolución de su
estatus, las luchas y las estrategias para obtener su independencia.
Era evidente que Michelle Perrot, tan comprometida como siempre
con el movimiento de las mujeres, e igualmente entusiasmada y generosa, era para France Culture* la mujer que podía bosquejar la
historia de las mujeres.
Lo hizo con energía y amor. Esta serie radiofónica tuvo un enorme
éxito, y fueron muchos quienes entonces pidieron que sus palabras
quedaran fijadas por escrito: hoy, ese deseo queda satisfecho.
))((
I. Escribir la historia de las mujeres(fragmento)
Itinerario
La primera historia que quisiera contarles es la de la historia de las
mujeres. Hoy en día se presenta como obvia: una historia "sin las
mujeres" parece imposible. Sin embargo, no siempre existió. Al menos
en el sentido colectivo del término, que no abarca sólo las biografías,
las vidas de mujeres, sino las mujeres en su conjunto y a largo plazo.
Esta historia es relativamente reciente; a grandes rasgos, tiene treinta
años. ¿Por qué? ¿Por qué este silencio? ¿Y cómo se disipó?
Yo fui testigo de esta historia y, junto con muchas otras, protagonista.
En calidad de tal quisiera decir unas palabras sobre mi experiencia,
porque en ciertos aspectos resulta significativa tanto del pasaje del
silencio a la palabra como del cambio de una mirada que, justamente,
construye la historia o al menos hace emerger nuevos objetos en ese
relato que es la historia, relación constantemente renovada entre el
pasado y el presente.
La historia de las mujeres no estuvo entre mis primeros intereses; por
otra parte, tampoco estuvieron las mujeres. En mi adolescencia lo que
quería era acceder al mundo de los hombres, del saber, del trabajo y de
la profesión. Por el lado de mi familia no encontré ningún obstáculo. Mis
padres eran decididamente igualitarios, feministas sin teoría, y ellos me
alentaron al estudio e incluso a la ambición. En la universidad de
posguerra, la Sorbona de los años cincuenta, los profesores eran todos
hombres. Pero las alumnas eran cada vez más numerosas, aun cuando
muchas veces la abandonaran en el camino; yo no sufrí ninguna
discriminación en particular. Cuando en 1949 apareció El segundo
sexo, de Simone de Beauvoir, se armó un escándalo. Yo estaba
decididamente de su lado, pero la lectura parcial que entonces hice de
ese texto no me conmovió. No pude ver su riqueza hasta tiempo
después.
Lo económico y lo social dominaban ese período austero de la
Reconstrucción, y ocupaban el horizonte de la sociedad tanto como el
de la Historia. Hablábamos de comunismo, marxismo, existencialismo.
La clase obrera nos parecía la llave de nuestro destino y del destino del
mundo, a la vez que "la más numerosa y la más pobre", como decía el
conde de Saint-Simon, símbolo de todas las opresiones, víctima
gloriosa de una injusticia intolerable. Escribir la historia de la clase
obrera era una manera de unirse a ella. En la Sorbona, Ernest
Labrousse -el otro "grande", junto con Fernand Braudel- desarrollaba
esta historia. Bajo su dirección, hice una tesis sobre los "obreros en
huelga", en la que las mujeres ocupaban un solo capítulo. Al revés del
motín del pan, la huelga, al menos en el siglo XIX, es un acto viril. Esta
asimetría me impresionó, así como la burla de la que eran objeto las
mujeres. Sin embargo, no me detuve mucho tiempo en este asunto: me
afectaban mucho más los problemas de los trabajadores menos
calificados o los extranjeros. La xenofobia más que el sexismo obrero.
Llegué a la historia de las mujeres en los años setenta, con el envión
del Mayo francés y sobre todo del movimiento de las mujeres, con los
que me topé de frente en la Sorbona -donde era profesora adjunta- y
luego en París VII-Jussieu, una universidad nueva y abierta a
innovaciones de todo tipo. Por supuesto, no se trató de una iluminación
repentina. A lo largo de veinte años las cosas habían cambiado, y yo
también. Comprometida con el movimiento de las mujeres, quería
conocer su historia (y hacerla, puesto que prácticamente no existía).
Había una verdadera demanda en este sentido. Convertida en
profesora, tras mi doctorado, ya podía tomar iniciativas. En 1973, con
Pauline Schmitt y Fabienne Bock hicimos un primer curso que llamamos
"¿Las mujeres tienen una historia?", título que delataba nuestras
incertidumbres y traducía nuestra timidez. No estábamos seguras de
que las mujeres tuvieran una historia, sobre todo porque el
estructuralismo de Claude Lévi-Strauss había insistido mucho en el
papel que ellas tenían en la reproducción y los lazos familiares:
"Intercambio de bienes, intercambio de mujeres". No sabíamos cómo
enseñar esa historia. No teníamos materiales ni métodos. Sólo
preguntas. Apelamos a las sociólogas, más adelantadas que nosotras,1 y a nuestros colegas historiadores,2 y les preguntamos cómo habían
resuelto en sus estudios históricos la cuestión de las mujeres. El curso
fue un gran éxito. El movimiento estaba en marcha y ya no se
detendría. Interrumpiré en este punto la evocación de una historiografía
cuyo camino examinaremos y cuyos resultados apreciaremos a lo largo
del presente relato. Este itinerario mío, de un descubrimiento, de una
llegada, se inscribe en un movimiento colectivo. Para atenerme al plano
universitario, señalaré las iniciativas idénticas y paralelas en Aix-en-Provence,3 en Toulouse,4 en la Universidad de París VIII, 5 en Lyon (en
psicología social), etc. En el exterior el movimiento era previo y mucho
más intenso: en los Estados Unidos, en Gran Bretaña, el papel de los Women’s Studies era precursor6 y nosotros lo seguíamos con vivo
interés. Esta corriente se desarrolló rápidamente, con variantes, en los
Países Bajos, en Alemania (en torno a la Universidad de Bielefeld y la
Universidad Libre de Berlín), en Italia -donde tuvo una originalidad y una
vitalidad notables-, un poco más tarde en España, en Portugal, etc. En
pocas palabras: fue, es, un movimiento mundial, que hoy está
particularmente vivo en Quebec, en América Latina (sobre todo en
Brasil), en India, en Japón… El desarrollo de la historia de las mujeres
acompaña en sordina el "movimiento" de las mujeres hacia su
emancipación y su liberación. Es la traducción el efecto de una toma de
conciencia aun más abarcadora: la de la dimensión sexuada de la
sociedad y de la historia.
En treinta años ya se sucedieron varias generaciones intelectuales
que produjeron -mediante tesis y libros- una acumulación que dejó de
ser "primitiva". Hoy existe una revista, Clio. Histoire, femmes et sociétés, asociaciones,7 numerosos coloquios y antologías de trabajos.
En Blois, los encuentros llamados Rendez-vous de l’histoire (2004)
sobre "Las mujeres en la historia" tuvieron gran éxito.
La historia de las mujeres cambió. En sus objetos de estudio, en sus
puntos de vista. Empezó por una historia del cuerpo y de los roles
privados para llegar a una historia de las mujeres en el espacio público
de la ciudad, del trabajo, de la política, de la guerra, de la creación.
Empezó por una historia de las mujeres víctimas para llegar a una
historia de las mujeres activas, en las múltiples interacciones que
originan los cambios. Empezó por una historia de las mujeres para
convertirse más precisamente en una historia del género, que insiste
sobre las relaciones entre los sexos e integra la masculinidad. Expandió
sus perspectivas espaciales, religiosas y culturales.
De todo ello quisiera dar cuenta aquí, del modo más amplio posible,
pues esta historia de las mujeres no es "mi" historia de las mujeres.
Este posesivo no implica ninguna propiedad.
Sin caer en una exhaustividad extenuante, quisiera tirar de algunos
hilos de esta inmensa tela y abordar ciertos temas: "El silencio y las
fuentes", "El cuerpo", "El alma", "Trabajo y creación", "Mujeres en la
polis"; con ejemplos, con caras, con historias elegidas en un espacio-
tiempo lo más vasto posible. Sin embargo, un poco por necesidad y otro
poco por mi propia especialidad, estos elementos serán extraídos de la
historia de la Francia y el Occidente contemporáneos.
En filigrana, siempre se encuentra la siguiente pregunta: ¿qué
cambió en las relaciones entre los sexos, en la diferencia de los sexos
representada y vivida? ¿Cómo, si no por qué? ¿Y con qué efectos?
El silencio roto
Escribir la historia de las mujeres es sacarlas del silencio en que
estaban sumergidas. Pero, ¿por qué este silencio? Y antes que nada:
¿las mujeres tienen sólo una historia?
La pregunta puede parecer extraña. "Todo es historia", decía George
Sand, y Marguerite Yourcenar afirmó más tarde: "Todo es la historia".
¿Por qué las mujeres no pertenecerían a la historia?
Todo depende del sentido que se dé a la palabra "historia". La
historia es lo que pasa, la sucesión de los acontecimientos, de los
cambios, de las revoluciones, de las evoluciones, de las acumulaciones
que tejen el devenir de las sociedades. Pero también es el relato que se
hace de ellos. Los ingleses distinguen story de history. Las mujeres han
quedado largamente excluidas de este relato, como si, condenadas a la
oscuridad de una reproducción inenarrable, estuvieran fuera del tiempo
o por lo menos fuera del acontecer. Sepultadas bajo el silencio de un
mar abismal.
Por cierto, en este silencio profundo las mujeres no están solas.
Dicho silencio envuelve el continente perdido de las vidas engullidas por
el olvido en que la masa de la humanidad queda abolida, pero cae con
más peso sobre ellas. Y esto por varias razones.
La invisibilidad
En principio, porque a las mujeres se las ve menos en el espacio
público, el único que durante mucho tiempo mereció interés y relato.
Ellas trabajan en la familia, confinadas en casa (o en lo que hace las
veces de casa). Son invisibles. Para muchas sociedades la invisibilidad
y el silencio de las mujeres forman parte del orden natural de las cosas.
Son la garantía de una polis pacífica. Su aparición en grupo da miedo. Para los griegos significa la stasis, el desorden.8 Su palabra pública es
indecente. "Que la mujer se mantenga en silencio. Porque Adán fue
formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán,
sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión", dice el apóstol Pablo.9 Ellas deben pagar su falta con un silencio eterno.
Hasta el cuerpo de las mujeres asusta. Se lo prefiere tapado. Los
hombres son individuos, personas, tienen apellidos que pueden
transmitir. Algunos son "grandes": "grandes hombres". Las mujeres no
tienen apellido: sólo nombre de pila. Aparecen confusamente, en la
penumbra de grupos oscuros. "Las mujeres y los niños", "primero", o al
costado, o afuera, según el caso: la expresión clásica traduce esta
generalización. Al principio de Tristes trópicos, Claude Lévi-Strauss
describe un pueblo después de que los hombres han salido a cazar: ya
no quedaba nadie, dice, salvo las mujeres y los niños.
Porque se las ve poco, se habla poco de ellas. Y ésta es una
segunda razón de silencio: el silencio de las fuentes. Las mujeres dejan
pocas huellas directas, escritas o materiales. Su acceso a la escritura
fue más tardío. Sus producciones domésticas se consumen más rápido,
o se dispersan con mayor facilidad. Ellas mismas destruyen, borran sus
huellas porque creen que esos rastros no tienen interés. Después de
todo, sólo son mujeres, cuya vida cuenta poco. Hay incluso un pudor
femenino que se extiende a la memoria. Una desvalorización de las
mujeres por ellas mismas. Un silencio consustancial a la noción de
honor.
En cuanto a los observadores o a los cronistas, hombres en su gran
mayoría, les prestan una atención reducida o guiada por estereotipos.
Es cierto, se habla de mujeres, pero de manera general. "Las
mujeres son…", "La Mujer es…". La verbosidad del discurso sobre las
mujeres contrasta con la ausencia de información precisa o detallada.
Lo mismo ocurre con sus imágenes. Producidas por los hombres, estas
imágenes nos dicen, sin dudas, más sobre los sueños o los temores de
los artistas que sobre las mujeres reales. Ellas son imaginadas,
representadas, más que descritas o narradas. He allí una segunda
razón para el silencio y la oscuridad: la asimetría sexual de las fuentes;
variable, por otra parte, desigual según las épocas, y sobre la cual
deberemos volver.
Pero el silencio más profundo es el del relato. El relato de la historia
tal como lo construyen los primeros historiadores griegos o romanos
concierne al espacio público: las guerras, los reinados, los hombres
"ilustres", o al menos los "hombres públicos". Lo mismo sucede con las
crónicas medievales y la historia sagrada, que habla de santos más que
de santas. Y además, los santos actúan, evangelizan, viajan. Las
mujeres preservan su virginidad y rezan. O acceden a la gloria por el
martirio, espléndido honor.
Las reinas merovingias, tan crueles, las damas galantes del
Renacimiento, las cortesanas de todas las épocas hacen soñar. Para
existir hay que ser piadosa o escandalosa.
En el siglo XVIII y sobre todo en el XIX, la historia se vuelve más
científica y profesional. ¿Se da entonces más lugar a las mujeres y a las
relaciones entre los sexos? Un poco más. Michelet habla de las mujeres
en la historia de Francia: la terrible regencia de Catalina de Médicis
muestra los inconvenientes de las mujeres en el poder. La Noche de
San Bartolomé, para él, sería casi un efecto de la transgresión de los
géneros. Mientras que la intervención de las mujeres del puerto de La
Halle, los días 5 y 6 de octubre de 1789, ilustra su papel positivo cuando se comportan como madres y amas de casa.10 Su visión de la
historia está muy influenciada por su representación de los roles que
desempeña cada sexo. Michelet valora a la "mujer del pueblo", pues "no
hay nada más pueblo que la mujer", dice. Y es así como las mujeres
aparecían en los "manuales escolares" de la Tercera República. Más
allá de Juana de Arco, única verdadera heroína nacional, esos manuales hablan muy poco de las mujeres.11
La principal novedad viene por el lado de las autoras que estudió una joven historiadora, Isabelle Ernot.12 Ellas se llaman Louise de Kéralio,
autora de Les crimes des reines de France (1791), Laure d’Abrantès,
Hortense Allart y madame de Renneville, mujeres muchas veces de
origen aristocrático que intentan ganarse la vida con su pluma. A
mediados del siglo XIX, son cada vez más las que escriben biografías de
mujeres: reinas, santas, cortesanas, "mujeres excepcionales" cuyo
destino perfora la noche de las mujeres. Al principio se ocupan de
Blanca de Castilla, Juana de Navarra, madame de Maintenon y sobre
todo María Antonieta, "calamidad y sanguijuela de los franceses" para
algunas, reina desgraciada para otras que intentan reivindicarla, y a la
cual Olympe de Gouges dedicó la Declaración de los derechos de la
mujer y la ciudadana. Pero también se ven algunos intentos de captar la
evolución de la condición de las mujeres en un plazo más largo. Así,
Olympe Audouard publica Gynécologie. La Femme depuis six mille ans
(1873), donde se pregunta por el papel del cristianismo en esta
evolución. Es el indicio de un interés por el tema que se afirmará sobre
todo bajo el Segundo Imperio, clerical y conservador, como un desafío
al clericalismo de Monseñor Dupanloup y a la misoginia de Pierre-
Joseph Proudhon.
En el período de entreguerras las mujeres acceden a la universidad.
Muchas manifiestan su interés por la historia de las mujeres y sobre
todo por la historia del feminismo: Marguerite Thibert o Édith Thomas,13
por ejemplo. Pero ellas siguen siendo marginales respecto de la
revolución historiográfica que constituye la “escuela de los Annales”. Así
se llama al núcleo constituido por Marc Bloch y Lucien Febvre alrededor
de la revista del mismo nombre.
Esta escuela innovadora rompió con una visión exclusivamente
política de la historia, pero lo económico y lo social seguían siendo sus
prioridades. La corriente era bastante indiferente a la diferencia de los
sexos, que no constituía para ellos una categoría de análisis. Sin
embargo, Lucien Febvre publicó un brillante ensayo sobre Margarita de
Navarra, Amour sacré, amour profane: autour de l’Heptaméron (1944),
que esboza una historia del sentimiento amoroso e incluso de la
violación: una veleidad que la segunda generación de los Annales, la de
Ernest Labrousse y Fernand Braudel, no profundizó.
¿Cómo cambiaron las cosas? ¿Cómo nació una “historia de las
mujeres”, de la que ellas fueron la materia prima, a la vez objeto y
sujeto del relato?